jueves, marzo 25, 2010

De la unicidad...

De noche, acostado en mi cama, repentinamente los recuerdos asaltan mi memoria, remembranzas lejanas, que me llevan a la época en que yo era un niño pequeño, inexperto y demandante de atención. El tiempo en que hallaba la felicidad, de lunes a viernes, de siete a dos. Esos momentos en los que podía simplemente admirarte, inseguro siquiera de decirte lo que en lo más profundo de mí ser se iba creando, tomando forma. Esa admiración que poco a poco se torno en cariño, y luego en un lazo más fuerte. Me dedico a pensarte. A recordar ese instante en el que nuestras bocas, por primera vez, formaron una sola, creando así el epitome de lo que un beso debe ser, estándar sobre el cual se construye el ideal que marcara los posteriores. Ese momento sublime en el que un par de labios penetraron en lo más profundo de mi alma, haciendo de mi mente su hogar, para no abandonarlo jamás. El dulce candor de una lengua exploradora, ojos bien cerrados, dispuestos a dejar el mundo conocido, por el sensual ofrecimiento de algo nuevo increíble e inusitado. Sin embargo, debo volver a la realidad, al hoy, al aquí y al ahora. Me levanto bruscamente y lanzo mis puños al aire, mientras le grito a la noche, evidenciando la frustración que implica la eterna y constante negación de la ideal visión del último devenir. Ese punto en el que los destinos jamás convergen, donde la ilusión es el único escape y lo intangible se convierte en el asidero de un alma atormentada. Labios que siguen ardiendo, miradas que se internan en el ser del otro, cuerpos ansiosos y desnudos prometiendo amor eterno. Consumación interrumpida. Doloroso flagelo, que hace que la realidad sea más cruda. Fugaz encuentro, pérdida inevitable. Siempre emoción fascinante, que ubica el lugar que nadie más ha podido ocupar, donde el nerviosismo es la constante, lo que legitima la unicidad de profundos sentimientos, de la total sumisión al ideal, a lo que puedo haber sido… la extrañeza ante el sí mismo, que embarga de sentimientos encontrados, y un fuerte deseo que quema las entrañas. Un vacío que no se llena, un hambre que no se aplaca… en pocas palabras, el residuo de un fuego que no volverá a arder jamás. Aún así, alimenta una vida que lucha por mantenerse…

1 comentario:

*pLaSt* dijo...

Esta chingón mi Paris...*****


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