sábado, marzo 20, 2010

Esa Maga, esa Maga...

Por una de las tantas ciudades del mundo, deambula una ficticia mujer, con la que en algún lejano momento tuve una relación que fue un poco más allá de la amistad… es curioso que después de tanto tiempo, una cosa tan ínfima y mundana, cómo una taza de té con limón y miel, me haya hecho recordarla. Debo aclarar que no la extraño, que no es melancolía lo que siento, sino algo así cómo… ‘alivio’… supongo que es porque con ella viví momentos muy ‘raros’, que sé que jamás viviré con nadie más: la adopción de esa pequeña mantis religiosa, las tardes de azotea, el sillón en la playa, los bares gay de mala muerte, los danzones, las amigos escabrosos, el bautizo y muerte de tantas sol bravas, las confesiones bajo las sabanas, la competencia desleal y un sinfín de cosas más…
Sin embargo, y a pesar de que las relaciones malsanas son una constante en mi vida y tienden a autodestruirse, por lo general en un lapso no mayor de dos meses, debo admitir que en el momento en que decidió que lo mejor era tomar caminos separados, y mantenernos alejados, de preferencia por un continente o dos, me tomó por sorpresa, dañándome en donde más me duele, en mi orgullo, ya que por lo general, o casi siempre, soy yo quien finaliza las relaciones. Con ello cargaba hasta hace poco.
Probablemente esto no sea más que el puro despecho o mis vísceras hablando. O quizás, simplemente, ya sea hora de exorcizar esos demonios, que sólo succionan la esencia de posteriores relaciones, haciendo con esto la vida más pesada.
La última vez que la vi, fue porque teníamos asuntos sin resolver, círculos que cerrar, pero, por mi parte, me interesaba recuperar una pintura que es en extremo importante. La reunión para el intercambio fue en su casa: yo debía llevar cerveza y ella me entregaría mí preciada obra. Accedí sin ningún empacho. Era emocionante verla, ya que el desafío intelectual, en el tiempo de nuestra relación, parecía gratificante. Debo mencionar que cuando hablamos, ambos nos aclaramos que teníamos novi@s y que la cosa sería tranquila, sin reproches ni segundas intenciones. Incluso, me dijo que su novio estaría ese día, que y que m lo presentaría. Eso me pareció todavía mejor, ya que no tenía ni ganas ni intención de sentirme incomodo por las posibles implicaciones de que yo estuviese en su casa… al llegar ahí, la decepción y las ganas de carcajearme me obligaron a voltear la mirada: ahí estaba ella, con una diminuta minifalda y unas botas que le llegaban hasta las nalgas. Era evidente que la persona que nos recibió, a mi amigo, quien iba a impedir cualquier conato de divergencia, y a mí, era la misma que yo recordaba. Decidí que no era mi problema y que yo estaba ahí únicamente por una cerveza y mi pintura.
Al entrar, en la mesa, estaba su novio, inspeccionándonos de arriba abajo. En ese momento comprendí todo: el tipo era una rara combinación entre Jim Morrison, el bato de Café Tacuba y Chespirito. Uno de esos clásicos patanes que se saben inferiores y que necesitan que una mujer les reafirme, para creer que pueden llegar a ser machos alfa. La velada fue muy incómoda, porque él sabía quién era yo, y constantemente hacía saber que, ahora, esos eran sus dominios. Por mi parte, eso me pareció divertido; tanto cómo asistir a un patético circo de pueblo… Unas dos o tres horas después, íbamos en camino a casa, mi amigo y yo, riéndonos a más no poder.
Mucho tiempo después, cuando me vi forzado, debido a la falta de más material bibliográfico, a leer Rayuela, fue que todo se puso más denso, ya que me di cuenta de cómo era en realidad esa ‘amiguita’ mía… cierta vez, ella me mando unas fotos a mi correo, bajo el título de ‘Maga’. Yo le pregunté el por qué de dicho título, y ella me respondió que era porque tenía magia interna, que le hacía ser diferente a ‘todas las viejas’. Eso me pareció adecuado, ya que, ella tenía un andar distinto, parecía no tener un plan específico, era espontanea, a veces inocente, casi todo le sorprendía, como si fuera la primera vez que lo veía, recitaba poemas en el lugar y momento que le placía y a pesar de su fingida seguridad al caminar, podía uno dar cuenta lo frágil que era. En síntesis: ella quería ser la Maga. Ese personaje de la novela Rayuela, cuyo compañero Horacio, era el papel que sin saber, a ratitos y en las noches, me tocaba interpretar en la gran farsa que era su vida. Ahora, que conozco esa novela, me parece algo escatológico. Mirar atrás y recordar que todas las manías, los temores, los disgustos, su fijación con los colores, e incluso, ¡La manera de hacer el amor! Todo se debía al hecho de que estaba jugando a ser la Maga. Era tan vacía que se vio obligada a llenarse con un personaje de una novela. Completamente. Al leer Rayuela, me di cuenta que no estaba leyendo, sino recordando. ¡Por Dios! No había nada que pudiera decir que era ‘ella’. Cuando me di cuenta de la manera en cómo me timo, me dio mucho coraje. Me enamoré de una ilusión. Sé que también peco de lo mismo, aunque de forma inversa: yo creo personalidades por qué no quepo en mí mismo.
Sin embargo, me lo merezco, ya que aparte de sentirme especial, y que debo tener algo igual, el no acceder a los cánones que dicta la cultura de masas en cuanto a lo que es valioso, me hizo caer en un juego que hubiera sido obvio de haber tenido el capital simbólico necesario para dar cuenta que el lugar que yo veía como ella, era ocupado por un personaje de un ‘clásico de la novela contemporánea’. Eso me saco por ser tan renuente a lo nuevo… en fin, mal pedo por ella, suerte para mí.

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