jueves, diciembre 16, 2004

Desde La Deconstruccion Del Amor, Hasta Suicidios Masivos! Lo Ultimo En Remedios Caseros!




Generalmente, se tiende a calificar como características definitorias de la más alta condición humana aspectos tales como el amor, la amistad, la caridad, el arte, la bondad, etcétera. Sin embargo, lo anterior pudiera tener otras lecturas más allá de ese halo de pureza que destaca lo bueno. Así, cabe preguntar si acaso ¿no será más bien que al apelar a tales aspectos se hace ocultan otros que bien podrían denominarse como una especie de «egoísmo magnificado»? Desde mi perspectiva, en la misma medida en la que lo anterior se toma como «productos» que destacan lo mejor de la humanidad, también pueden ser vistos como formas encubiertas de auto satisfacción. ¿Que quiere decir esto? En principio, que el ser humano, según mi opinión le da un «tinte» agradable a la vista a ese tipo de emociones (emociones que, dicho sea de paso, tienden a ser resaltadas como un ideal, es decir, como un tipo de valor que debería ser preponderante en todos los de la especie). Pudiera pensarse que detrás de la expresión de «sentimientos tan nobles» como la caridad, se oculta una doble intencionalidad, es decir un espacio “entre líneas”. El amor constituye un buen ejemplo: una la concepción “normal” de éste, señala que si el amor fuera el común denominador entre los habitantes de la tierra, todos seriamos más felices (definir la felicidad, cualquier cosa que ello signifique, es un asunto aún más espinoso), “Amor y paz”… “El amor es una cosa esplendorosa”… La enumeración de frases que ilustran mi argumento podría seguir por horas, pero no es el caso. Desde mi punto de vista, el amor, no es más que un intento de llenar un vació en la vida del ser humano. El hecho de «amar a alguien» puede ser interpretado como un juego de espejos, es decir, el amor como reflejo del Uno en el Otro. Lo anterior se ejemplifica con un viejo adagio en el que se condensa una visión pragmática y utilitaria: “Trata a los demás como quieras ser tratado”. O sea que, en última instancia, doy lo que DEBO recibir. ¿Acaso realmente damos sin esperar nada? Desde luego que esperamos una retribución, quizás no igual a lo que damos, pero sí mayor… Al decir: “Te amo más que a mi vida” se impone la lectura que manifiesta que Uno se pone a los pies de la Otra persona. Pero a contrapunto también se está comprometiendo al Otro de manera tal, que éste se ve obligado a sentir lo mismo por el Uno. Así, el «amador» ejerce un complicado chantaje simbólico.
El arte ofrece otro ejemplo adecuado. Según algunos, no hay una manera mejor para expresar los sentimientos humanos, de plasmar la grandeza de la humanidad, de poner el alto la capacidad de producción del hombre que en una excelsa obra de arte. Pero por otro lado, cuando una obra de arte es exhibida exalta los sentidos del espectador. La contemplación del arte remite a uno de los goces más íntimos y personales. Las obras no son hechas simplemente porque sí. Son realizadas para el deleite humano, y por qué no, el artista siempre tiene como meta ultima (ya sea explícita o implícita) un deseo por la trascendencia (cualquier cosa que eso signifique) de su obra y, en última instancia, de sí mismo. Eso podría ser tomado como un limítrofe obvio entre nosotros y los animales irascibles.
Otro ejemplo que permite ilustrar mi argumento radica en la caridad. Este sentimiento quizá sea uno de los que mejor ocultamiento ejerce. ‘¿Porque? Más allá de las raíces históricas medievales de la piedad cristiana, podemos decir que no simplemente se da por dar, como un acto de generosidad o desprendimiento supremo. Más bien, detrás de la caridad puede estarse buscando, en secreto, la expiación última de nuestros pecados. Pero el que esté libre de culpa, que tire la primera piedra: si no tengo que pedir perdón por nada (quizás esa sea la base del cristianismo: “…peca todo lo que quieras, lo único que tienes que hacer, al final, es arrepentirte de todo corazón…”) no daría ni una limosna… El generoso da para sentir que se quita un peso de encima, y no por la simple “hermandad”que se supone debe haber entre todos los “hijos de Dios…”
Quizá mis argumentos estén influenciados por la postura Nietzscheana, es decir, por una marcada “desvalorización de los valores”. Recordemos que incluso las acciones más subversivas podrían estar deificando un orden anquilosado. Por lo tanto, el «ataque» a algunos de aquellos valores que representan lo más alto de la condición humana tiene detrás suyo una propuesta: la vía más adecuada para salir del atolladero aquí esbozado radica en un suicidio colectivo (Simbólico por supuesto), es decir, en la deconstrucción de los valores occidentales que marcan nuestra cultura, es decir, la relativización de las viejas ideas que pretenden ensalzar todo lo que se considera como bueno y noble de la humanidad. Sin duda, se podrá argumentar que la modernidad es la solución a todos los problemas, pero, como plantean algunos, la modernidad es un proyecto inconcluso (Habermas dixit). No existe bien común, felicidad común, no ha sido solucionado nada, y no será solucionado, hasta que se cambien las viejas maneras, los oxidados sistemas de pensamiento. Ya no es momento para tocarnos el corazón Ya va siendo hora de ver la realidad, no de endulzarla, sino presentarla y aceptarla tal cual es. Para decirlo junto con Slavoj Žižek (quien a su vez lo retoma de la cinta titulada The Matrix): bienvenidos al desierto de lo Real.

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