Sangre

Cúmulos de carne informe, sonidos, respiraciones, gemidos entrecortados, miradas que ruegan un vínculo trascendente, acumulándose como desperdicio pestilente, en un lugar desde donde el recuerdo se saborea mejor que el hecho mismo, punto en que el tiempo se transforma en una mancha acuosa, borrosa a la ávida ansia de los sentidos, por desmenuzarlo, diseccionarlo, en el cual retorna al presente, haciendo posible saborearlo con la punta de la lengua, lamiendo sus estrías saladas, purulentas, con la esperanza de que ello le confiera algo de significado. Sin embargo, no es así. Jamás lo es. Nada más que labios carnosos, húmedos y deseosos reptando por la piel, exigiendo inmediata satisfacción, de una y mil formas distintas, acompañados por los tétricos compases de un vacío silencioso, que constantemente se harta de sí mismo, creciendo y expandiéndose con la banalidad que intenta llenarlo, mientras un cascarón, hueco, vacío siempre-ya, se halla continuamente horizontal, intentando así retener algo de vida y juventud; pueril pretensión de sustanciarse a través de la mirada del otro, aún cuando la constante es el desprecio y el fastidio hacía él y, por encima de todo, a ese ideal que mata días sin palabras, que destroza metáforas sin empacho. Terrible incompletud. Solo a merced de sí mismo, sin lugar a donde huir, recolecta y selecciona recuerdos de saliva, sudor y semen; sin pasión, apático. Lentamente se pudre, mientras va a la deriva en ríos de fluidos vaginales y vana admiración de su total ausencia de compasión, de su carrera vertiginosa cuyo fin evidente es la autodestrucción. Dialéctica anquilosada, círculo de un vicioso, imperativo categórico falaz, cuya circularidad convincente lo legitima, impregnada del olor de una coherencia innegable. Y ese ser se convierte en una cascara vieja, que no sabe más que de sensualidad, lubricidad y un sinfín de relaciones aleatorias. Sin embargo...